"Manhora" sería la transcripción más aproximada del vocablo que esta especie utiliza para referirse a sí misma, significando algo similar a "nosotros". Fuera de las dudas de su nombre, lo cierto es que, a pesar de lo joven que es su civilización (rozando tan sólo los cuatro mil años), supo organizarse en sus pinitos hacia la vida estelar con una primera gran conquista: el satélite de su planeta natal. Con esta aventura, sin saberlo, los manhora consiguieron ponerse a la altura de los imperios espaciales de su galaxia.

Esta especie destaca por su curiosa anatomía, que comparte con casi todas las especies de su planeta. Poseen una simetría radial, análoga a la de animales terráqueos como las estrellas de mar, las medusas o algunas esponjas marinas. Su cuerpo está organizado en anillos concéntricos, a modo de esqueleto, apoyado en cuatro patas que acaban en unos pies prensiles que les permiten, junto con los tentáculos del pináculo de su torso, manipular el medio exterior. Algo muy peculiar de su morfología es que poseen un cuerpo blando y elástico, lo cual es una adaptación de los entornos de su planeta, con grandes variaciones de temperatura y presión atmosférica; su blandura les permite expandirse y contraerse para contrarrestar los efectos adversos de los cambios en su barómetro planetario.


Planeta natal de los manhora, Cabriquers.

Actualmente están a la par con el avance científico humano, aunque avanzan mucho más rápidamente por la distinta morfología de su "cerebro", más evolucionado en cuanto a pensamiento abstracto y sublimación de los instintos se refiere. Así, podría definirse su ideología como científica empírica y diplomática, no habiendo desarrollado grandes dogmas de fe como la humanidad, lo que les ha permitido desarrollar su ciencia con mayor libertad.