Fin del turno

A las altas horas de la noche la ciudad estaba en completa calma, salvo por los pendencieros, trabajadores nocturnos y personajes de naturaleza sospechosa que pateaban como siempre las calles con pasos sordos. Lorena no era la excepción, y tras un día de mala suerte sin recados sustanciales que llenaran sus bolsillos no le quedó más remedio que dirigirse a la taberna, sabiendo que Dante siempre está a disposición de los aventureros. Desde luego, si no había qué hacer allí tampoco, es que era el fin del mundo.

Hubo, sin embargo, algo que la detuvo de pronto en el camino: sonidos extraños y poco naturales saliendo de una pequeña casa, iluminada sólo tenuemente. Un panorama como ese, dadas las horas, sólo podía significar fechorías nocturnas, pero la escasa luminosidad no le permitía saber qué estaba ocurriendo desde afuera. Lo que sí pudo distinguir, con un simple rastreo, fueron destrozos en lo que parecía ser la sala principal, y una antorcha medio apagada en el piso.

Lorena era de todo menos una experta aventurera. A diferencia de los conocidos guerreros de la zona ella sólo se limitaba a hacer pequeños recados, pero no podía simplemente pasar de largo. Así, después de calmarse y pensar rápidamente en qué hacer, se le ocurrió entrar en la casa al grito de "¡goblins!, ¡huid todos, son un ejército!", y hacer salir al posible malhechor. No era una buena idea, pero le pareció tan estúpida que nadie pensaría que era una mentira.

Y así, agarró firmemente el mango de su maza, gritó con la voz más chillona y dolida que pudo y vio salir a una figura sospechosa de la casa en menos de un suspiro, dejando atrás una casa desvalijada y una muchacha tumbada en el suelo, visiblemente asustada. Había funcionado, por ridículo que sonara. Se acercó lentamente a ella intentando tranquilizarla, pero parecía estar bloqueada, sin entender nada de lo que se le dijera. Sin embargo, sólo hizo falta un poco de carisma, reclinarse y decirle lo más dulcemente que pudo que aquel vándalo se había ido y que con su protección no había problema alguno, para que finalmente se tranquilizara y le contara todo.

Le contó que vivía sola desde hacía tiempo y que no se esperaba un robo tan pronto. Su familia se encontraba en otro distrito y el poco contacto que tenían era para recibir dinero, logrando mantenerse de esa mísera cantidad. Lorena entendía esa situación y se sintió conmovida. Aun así, para su sorpresa, la joven le ofreció una habitación libre para pasar la noche y la promesa de unas monedas si se quedaba protegiendo la casa mientras salía a comprar al día siguiente. Comprendiendo que su presencia la haría sentir más segura, y que así la deuda que sentiría la joven estaría saldada, aceptó de buen grado.

Aunque con todo el caos de la noche aún tenía el pulso a mil, y hacía tiempo que no estaba tan cerca de un conflicto armado, no tuvo problemas en dormirse. Tenía que aprovechar el tiempo antes del día siguiente. Le tocaría ir a la taberna y ver qué se cocía en su interior.